Sanando lo femenino… «La competencia»

«¿Por qué competimos tanto las mujeres?. Lamentablemente la competencia se ha instaurado entre muchas mujeres mucho más de lo que desearíamos reconocer, muchas de nuestras relaciones están basadas en la competición y la comparación. Es más, no conozco mujer tan trabajada que pueda decir que no compite, ni se compara, aunque sí muchísimas que estamos trabajando estas pautas y patrones de comportamiento para no repetirlos».

«Aceptarnos es el camino para sanar la competencia»

La competencia, parte de un patrón ya caduco que está muy instaurado en nuestra sociedad, un patrón que tiene la base en  valorar «quien es mejor», o «quien da mas» ó «quien consigue más cosas». Sin embargo estos patrones de conducta a lo único que nos conducen es a alejarnos de nuestro centro.

Hace un tiempo atrás, yo misma me di cuenta, que aún sentía este patrón muy disfrazado y escondido en mis actitudes. Al ver a una de mis hermanitas tener grandes logros, una parte mía estaba muy feliz por ella, pero también sentía que desde mi oscuridad hablaba una voz, instando a buscarle los defectos para no alegrarme por ella, la envidia, los celos, afloraban casi sin que me diera cuenta, ¿por qué no aceptaba sus éxitos?, ¿qué pasaba dentro mío?

Era tan fuerte ese impulso y tan disimulado, que lo único a lo que atine fue a guardar esa pregunta para mi madre sagrada, pues sentí que yo sola no llegaba a encontrar la respuesta. Gracias a una ceremonia muy profunda, tuve la oportunidad de entrar en su vientre sagrado y decirle: mamá ¿por qué compito aún?, por qué a pesar de tanto trabajo interno, aún vuelven estos fantasmas de competencia y comparación?, ¿por qué no puedo simplemente alegrarme por ella? ¿Qué no estoy viendo?

Entonces ella, amorosamente me respondió «Porque aún no te aceptas». Fue simple, una respuesta directa que me ayudó a recordar, a entrar en el propio núcleo de este patrón. Había trabajado tanto hacia afuera, buscando la luz, que me había olvidado de algo tan esencial, revisar una vez más mis «temas pendientes», revisar también mis sombras.

Entré en mi recuerdo como en un viaje, y pude verme de niña, en los primeros años, donde no existía la competencia. Me vi haciendo dibujos, que para mi eran hermosos, me vi, siendo valorada por los «mayores», y ví,  cómo esos «mayores»  comparaban mis tímidas obras con las de mis compañeros de la guardería…-«Hazlo igual que ella»… «mira ves como ella lo hace mejor?»…-

Recuerdo los «premios» para los niños que hacían lo que «ellos consideraban mejor», recuerdo que todos mirábamos nuestros dibujos sin entender que estaba mal. Me vi, aprendiendo a mirar con juicio lo que yo hacía, a compararlo. Me vi enfadada e indignada, me vi niña herida y desvalorizada, ¿por qué los árboles solo podían ser verdes!!?. Solo podía ser de una manera, y era la forma en que los adultos querían que fuera.

Solo quien seguía sus indicaciones, era valorado, pero quien se salía de eso, era reprendido. Vi el origen,  en el que dejé de aceptar mis propias obras. Vi el momento exacto cuando decidí dejar de pintar o más bien, de mostrar mis dibujos a otras personas. Vi la herida de una niña desvalorizada y que había perdido la fé en sí misma.

La competencia, no es nada más que una herida en la niña o niño interior, una herida que pudo ser causada por la forma de educación de una sociedad basada en la comparación, y que se nos ha transmitido desde pequeños, no solo por la escuela, sino en la familia, para cumplir estándares sociales. Estándares que consolidan un «patrón de conducta normalizado por la sociedad».

El resultado, es que dejamos de creer en nosotros mismos, olvidamos el amor por nuestras propias obras. De niños vimos nuestros dibujos o nuestros garabatos, los comparamos, los rechazamos y en algún momento decidimos que «lo que hacían los demás era mejor» y la siguiente decisión fue superarlo y superarnos, pero no por nosotros, sino por lograr la «aprobación»(lease muestra de amor) de los demás, sean nuestros padres o maestros.

Entonces pude comprender una verdad esencial: «Aceptar-nos es la medicina para sanar la competencia», aceptar es ver las cosas tal como son en este momento, ver la realidad de lo que es y lo que hay, asimilarla, comprenderla y hacerla parte de ti.

  • Revisar nuestra historia personal para encontrar el núcleo en el cual se originó ese patrón.
  • Revalorar nuestras obras (sea cuales fueren), aceptarlas tal como son, sin compararlas, sin juicio, sin buscar la aprobación de nadie.
  • Aceptar que lo que hacemos no gustará a todo el mundo, habrá gente a la que le guste y a quienes no.

Todavía competimos y nos comparamos porque no nos dedicamos a nosotras mismas. A amar lo que hacemos. Es necesario sanar las heridas de esa niña. Devolverle la confianza y animarle a que vuelva a pintar, a dibujar, a bailar a «su manera». Esa «su manera» es lo que le hace especial, única, irrepetible, incomparable.

Cuando una mujer u hombre recupera esa confianza en sí misma, y se permite aceptarse a sí mismo con todas sus virtudes y sus defectos, no necesita competir, ni compararse, no le afecta ni siquiera que otras personas quieran o deseen competir, no entra en ese juego. Simplemente disfruta de lo que hace y lo transmite, eso llega y es inspirador, y esto es lo más importante, esto es lo que necesita la humanidad: Seres auténticos que nos inspiren por el amor que transmiten en sus obras.

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«Cuando somos comunitarias, no necesitamos competir».

Sin duda, es necesario ser críticas con nuestra sociedad si queremos avanzar en este camino espiritual, pues solo de esta manera podremos proponer soluciones a las actitudes que causan estos patrones que ya no nos sirven.

Hemos nacido en una época en que las sociedades son todo menos comunitarias, muchas se han ido al extremo del individualismo, son sociedades enfermas, llenas de soledad, de heridas que necesitan transformarse desde adentro.

En  ‘Conversaciones con el Amawta’, hablamos sobre este tema, sobre la importancia de las comunidades en este nuevo tiempo, sobre la esencia del comunitarismo femenino y el papel que ocupamos las mujeres para que esto se pueda hacer realidad.

En principio, no se trata de correr a crear comunidades físicas o de imitar las comunidades originarias (aunque todas las experiencias, que son muchas y variadas, son válidas y maravillosas), no son lo prioritario en este momento, simplemente, porque aún no estamos preparados.

Y para llegar un día a hacerlas tangibles, lo que toca, es comenzar a cambiar nuestros patrones de individualismo y abrir el corazón para ser comunitarios, como lo es la Pachamama:

«En el jardín, hay un pino, un frutal, un arbusto, una flor y algunas hierbitas, cuando regamos ese jardín, el pino absorbe casi el 60% de agua, el frutal un 30%  y el resto las demás plantas. Si les escuchas, ellas no estan quejandose de cuánta agua consume el pino, o cuanta agua le queda al frutal o porque las pequeñas tienen menos. Si pidieran igualdad, el jardín hubiera muerto hace tiempo.» (El amawta Fernando). 

La Pachamama es comunitaria, el comunitarismo no es igualdad, es respetar lo que a cada uno le toca de acuerdo a sus necesidades, es aceptar que son diferentes, aceptar los dones y las necesidades de cada uno. No es comunista ni democrática, es comunitaria. Cómo podría competir un pino con un rosal? ó un peral con una manzano? incluso dos tomateras?.

Sólo podemos sanar la competencia cuando nos dedicamos a aquello que se corresponde con nuestra esencia, cuando aceptamos nuestra unicidad, cuando aceptamos que somos diferentes.

«Pon atención a tus propios frutos, no te fijes en los demás».

Alguna vez imagine a dos mujeres cada una con su huerta. Eran casi iguales, la diferencia principal residía en que una de ellas cultivaba un huerto con frutos preciosísimos y deliciosos, las ventas le subían y podía dedicar más tiempo y más inversión para hacerlas crecer. La otra mujer, sin embargo, se dedicaba casi todo el tiempo a mirar  la huerta de su vecina, lo que hacía y como lo hacía, a ver sus errores, a tratar de imitar su trabajo, sin tener los mismos resultados, lo que le llevaba a una frustración constante y a tener una huerta desolada y unos frutos apenas comestibles. Finalmente acababa hablando mal de ella y haciéndole mala fama.

De esta imagen extraigo lo que nos sucede a muchas de nosotras las mujeres, estamos tan pendientes de las demás que nos olvidamos casi por completo de nosotras mismas. Si cuidaramos nuestro propio jardín tal vez serían otros los resultados, tal vez nos diésemos cuenta de que nuestra virtud no es el cultivo de la misma fruta, e incluso de otra actividad como el canto o la danza, o la pintura o los negocios, o las ventas, o la construcción, o quién sabe qué.

Sólo conociéndonos, sabemos en qué somos buenos, y hacer aquello en lo que eres mejor es lo que te hace ser competente. No competitivo, porque…

«No es lo mismo  ser competente que ser competidora.»

Un dia amawta me dijo «ser competente es saber asegurar tu plato de comida, saber conservar tu pareja, saber conservar tu Clan, no perder a tu tribu y no perder los espacios que has ganado». Con el tiempo comprendí mucho más estas palabras, de qué nos sirve mirar hacia afuera, hacia lo que hacen los demás, si perdemos lo esencial?. Ser competitivo nos aleja de esas cosas esenciales, nos hace perder el valor.

«Todas somos como niñas que vamos a jugar, al jugar recordamos. Solo al competir nos hacemos adultas, entonces olvidamos» .

Warawara · Neila Marquina
Madre · Wilumi · Guardiana de los Misterios Sagrados de la Pachamama · Sacerdotisa de la Tierra, Sacerdotisa Solar y Lunar.

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